jueves, 20 de octubre de 2011

El río Duero tiene dos riberas...

El río Duero tiene dos riberas...
...Así es, y las dos están poblada de vides; entonces... ¿De qué ribera es el vino de ribera?
Sé que esta interrogante os parecerá pregunta de beodo, pero no es lo mismo subir junto al río que bajar aledaño a él. Si se camina achispado por ambas orillas nos podemos caer, pero... ¿Es igual caerse al agua por la margen izquierda que por la derecha?  ¿Y si resulta que la borrachera es tan tenue que no  caemos a las tenebrosas aguas, y sólo damos trompicones?
Ya... Son dudas difíciles de responder; pero sobre algo hay que filosofar..., más, si después de un buen traguito de uvas pisadas nos convertimos en empíricos filósofos de taberna.

Juan Chico fue un buen anfitrión, y se lamentaba de este atípico otoño porque el verdor de las cepas parecía perenne y la hojarasca se negaba a exhibir sus matices cromáticos. Sin embargo, desde el Espolón de Roa, pudimos placer las tonalidades de los chopos que poblaban la vega.
El sol estaba entero. Ay... Si algunas nubes lo hubieran capado... –bien digo, porque si hubiese querido escribir tapado no resulta difícil trucar la C de capado por una T–. Repito: si algunos nubarrones hubieran amputado parte de los rayos solares, no tendríamos que haber caminado buscando la sombra de los parrales ni alicientes externos a la marcha: léase rebuscar uvas, sisar mazorcas de maíz, dejar limpios los suelos bajo los nogales sin quebrar el silencio de las aguas con el ruido de las nueces, y, sobre todo,  cascar almendrucos con el único afán de ver si tenían su alma dentro, o sea, la almendra, por cierto, amargadora del paladar.
La monotonía asolada de la ruta nos deparó sed, y un deseo enorme de arribar en Curiel después de rozar las bodegas de San Martín de Rubiales, Bocos de Duero y avistar el Castillo de Curiel a tiro de piedra frente a la fortaleza de Peñafiel: no pude por menos que evocar a los aguerridos tiradores de piedras de antaño.
La nota más plausible nos la trajo Hernán con su entusiasmo Cortés; doce añitos de edad lo asentaban como el serbalero más joven; su atención por los detalles del maravilloso artesonado de la iglesia de Curiel le auguran un futuro con arte, más, después de ver su afición por tallar la madera y cascar las nueces entre piedra y canto. ¿Le gustará cantar?
Nuestro regreso coincidió con el atardecer; y el sol, acostándose mientras lo cubrían unas tímidas nubes que semejaban carcajadas, parecía decirnos: ¡Vaya turrada que os he pegado hoy! 

                                                                          Luis Carlos

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